El terrible mal que nos hunde y que nos lleva a la peor de las esclavitudes, es el castigarse a si mismos con culpas y a sufrir en el silencio de la amargura, el sentirse sin el amor a sí mismo y el de los demás.
Pobre hombre miserable que construye, con sus propias lágrimas, la prisión en la que vive. Y además de atormentarse, está convencido de que es un drama de la vida en la que se siente víctima de lo que los demás le han hecho.
No cree tener la llave para salir de su cárcel, porque le falta amor. Piensa que ni el, ni nadie lo van a perdonar ni podrán rescatarlo de su profunda fragilidad.
Cuando te sientes que has perdido la libertad, sólo piensa que es el amor a ti mismo lo que te ayuda a romper las cadenas que impiden tu felicidad.