Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.
Los excesos no ayudan a construir una virtud. Por un lado los que educan en la prohibición y la estrecha vigilancia, hacen de lo prohibido algo deseable y por el otro nunca enseñan a manejar a dominar los vicios, pues no los dejan que los conozcan ¿Cómo quieres que tu hijo aprenda a montar, si no lo dejas subir a un caballo?
Y si no aprende a ponerse un límite a los placeres de la vida se va a desbocar.
Aristóteles en su libro la Ética a Eudomo nos señala lo siguiente :
“Además, hemos mostrado que toda virtud moral
es siempre una especie de medio en el placer y en la pena, y que el
vicio consiste en el exceso o en el defecto relativamente a las
mismas cosas a que se refiere la virtud. La consecuencia necesaria
de estos principios es que la virtud es este modo de ser moral que
nos induce a preferir el medio en lo que toca a nosotros mismos,
así en las cosas agradables como en las penosas; en una palabra, en
todas las cosas que constituyen verdaderamente el carácter moral”
Que en parte, nos quiere decir que el placer y el dolor son un medio, no un fin en sí mismos.
En cambio el adicto ve en el placer y la dependencia un fin que perseguir con tal de gozar y disfrutar de la vida, y que de paso lo conduce a aligerar el sufrimiento.
En el equilibrio aprendemos a vivir con nuestros defectos y habilidades, entre el miedo y la valentía, con la codicia y el altruismo, en la fortaleza y las debilidades. En el triunfo y el fracaso.
Un ineludible mundo dual, que nos lleva a saber vivir el día y la Noche, o el invierno y la primavera.
El justo medio no es prohibir, negar, esconder, evitar, sino a enseñar a vivir y a superar el lado oscuro de nuestras vidas. A entrenarnos para salir adelante frente a los grandes retos que hoy nos plantea un mundo tan tóxico y adictivo.